Desde temprano la situación estratégica de Almeida sirvió de fondo para fijar la población de entre todas las viscitudes de la historia. El territorio del concejo se reparte entre los relieves formados por del río Côa.
 

  Los vestigios de la ocupación humana se pierden en la prehistoria. Con todo esto la mayor visibilidad de testigos se produce a partir de un hecho incalculable: la localización estratégica del lugar. Es inevitable hacer un abordaje histórico del topónimo "Almeida" habiendo que pasar por las referencias musulmanas. Para algunos historiadores, la palabra deriva del árabe "al meda" o de "talameyda" que significaba "mesa" en una clara alusión a su territorio plano. Para otros, la palabra deriva de "atmeidan" que significaría "campo" o "lugar donde corren los caballos", actividad muy común en el pueblo árabe.
 Almeida ha estado siempre marcada por una historia de consolidación de territorios. Desde siempre fue punto de contienda territorial, pero grandes afirmaciones históricas tienen inicio durante la Reconquista

 Cristiana. El lugar fue conquistado a los musulmanes por el rey D. Dinis en 1296 donde se incluyen los territorios del margen derecho del río Coa.
 
 El territorio definido se confirmo por el Tratado de Alcañices habiendo D. Manuel establecido "in foro" en 1510.
 
 La villa de Almeida está rodeada por murallas y baluartes en forma de lanza que forman un polígono hexagonal.

Construidas a partir de 1641, las murallas de Almeida fueron un marco importante para la Restauración de la nacionalidad, siendo consideradas las segundas más importantes del reino, constituyen un raro ejemplar en Portugal.
Atrás se dejó la crisis dinástica de D. Fernando y las guerras de la Restauración habiendo D. Joao IV reforzado su defensa. En la tercera invasión francesa, Massena cercó la plaza en 1810. Almeida se entregó a la batalla con valentía pero la explosión de un baluarte desmoralizó al gobernador de la plaza y Almeida acabo por entregarse.
 En 1811 Wellington sitia y retoma la plaza. Durante las luchas liberales, el conde de Bonfim se reveló y se refugió en la villa con los otros rebeldes entre los cuales estaba José Estevao. El Bacón de Fonte Nova acabo exiliado en España en 1844.